Cuando hablamos de crianza, sabemos que no hay recetas de cocina, más bien, hay distintos modelos y teorías a la hora de actuar y disciplinar a nuestros hijos y aplica el que más sentido te haga. En ocasiones, incluso será distinto con cada uno de los hijos, sabemos que no todo lo que funciona con un niño funciona con el otro.
Recientemente, leí un texto de Javier González Martí, fundador de la Asociación AEFAM, que conectó conmigo y mi forma de pensar, diferente justamente a otros modelos que ya había escuchado.
Empecemos por plantear una situación que ilustre como ejemplo comportamientos cotidianos en los niños pequeños de entre uno y tres años.
Cuando los niños están jugando y, de repente, viene otro niño y le quita el juguete y se lo lleva, la típica reacción instintiva y natural es la de dirigirse hacia ese niño y utilizar una estrategia que implique fuerza para conseguir lo que le han quitado, ya sea jalar el juguete, pegar, morder o arañar.
Estas reacciones, aunque normales, indican una falta de otras habilidades que debe desarrollar para tener su juguete de vuelta.
Ante esta situación, los adultos podemos actuar de dos maneras: o dejamos que los niños lo resuelvan o el adulto interviene.
Intermediación entre los hijos
Cuando el adulto interviene desde la inteligencia emocional, el objetivo es enseñarle a los niños que, cuando tengan una experiencia de este tipo, tienen que respirar brevemente para después ir hacia el niño que le quitó el juguete, decirle que lo estaba usando en ese momento y que no puede quitárselo y que, cuando acabe de jugar, se lo dará, pero, hasta entonces, debe aprender a esperar.
Al actuar de esta manera consistentemente, el aprendizaje se irá consolidando formando niños emocionalmente inteligentes.
Por otra parte, si dejamos que los mismos niños, sobre todo en edades tan pequeñas, lo resuelvan solos, el resultado será el siguiente:
El juguete se lo quedará el más fuerte, ya que las habilidades de ese momento se basan en habilidades físicas, de tal manera que si esto se repite en varias ocasiones, los niños van a aprender que se resuelven los conflictos mediante la fuerza. El más débil se acostumbrará a que es débil por lo que llegará el momento en que cuando le quiten el juguete se conformará. El niño fuerte se acostumbrará a resolver las cosas mediante la fuerza hasta que llegue un niño más fuerte que él y en ese momento no sabrá cómo manejar la situación, ya que no le hemos brindado las herramientas para manejar las emociones inteligentemente.
El ejemplo anterior suena simplista, pero es el comienzo de poder prevenir el acoso escolar. El bullying existe pero persiste porque hay impunidad. Bajo esta premisa equivocada de que los niños deben resolver las cosas por sí mismos, los adultos -padres, maestros o cualquier otro- en ocasiones no intervienen.
Los niños deben ir adquiriendo herramientas, pero también tienen el derecho de ser defendidos principalmente por los padres y, por lo tanto, deben intervenir de manera inmediata y sin dudarlo, ir a las instancias correspondientes para resolver el problema.
Dejemos de lado el mensaje de “los niños deben arreglar sus asuntos”, porque entonces normalizamos la violencia y el niño “al que le quitaron el juguete” se conformará con esa situación.
Cuando intervenimos como adultos, el mensaje que brindamos a los niños es de seguridad y protección, le enseñamos que no es tolerable el abuso y estrategias de cómo ir resolviendo las cosas ante los conflictos. Cuando se consolide el aprendizaje, serán capaces de reproducirlo para defenderse ellos solos.
En el día a día, tal vez no se vea con claridad, cuando son pequeños es “sólo” un juguete, después es posible que haya muchas voces alrededor que digan “no te metas, que ellos lo resuelvan”, pero ten la seguridad que lo mejor para tu hijo es intervenir, es defenderlo y enseñarle habilidades para que crezca en un ambiente mejor.